Leyenda de montes y olivos

Bajaba por los montes en oleadas, en bandadas, como las sombras que se deslizaban, furtivas, entre los troncos de los olivos; como las nubes de zorzales que se enredaban entre las hojas verde y plata, haciendo arabescos entras las ramas o a ras de suelo, antes de caer apresadas en las redes de los cazadores.
Se deslizaba como el agua desbordada de los arroyos en la primavera lluviosa; como la liebre asustada ante el ladrido de los perros.
Se escurría sin llamar la atención y se acomodaba en los nidos de los gorriones, en la base de las cepas, en las matas de tomates o de las habichuelas...
Se ocultaba y esperaba, esperaba...
Aguardaba acurrucada cual oruga que comienza su proceso de cambio o como el caracol que se adhiere al muro y se dispone a aislarse del mundo... y cuando el extraño se acercaba hasta el lugar, cuando alguien ajeno al pueblo se rozaba contra el árbol o la vid, ella despertaba y le saltaba directo a las fosas nasales, a los ojos, a la boca y al corazón.
Desde ese momento la persona, presa de la "emoción", sucumbía y ya no podía dejar de pensar en aquel sitio. Quedaba prendado de los montes, de la cal de los cortijos, de la luz que resalta los contornos, del verde de la higuera, del oro de las parras, del blanco o el amarillo de las margaritas silvestres, y del aroma del olivar, con sus flores resplandecientes, cuajadas del rocío en el amanecer.
Ella realizaba su trabajo, calladamente. Una y otra vez. Eternamente.
Por tanto... Prestad atención, extranjeros, porque de nada servirá ir prevenidos contra este ataque de placer que más tarde se convertirá en añoranza.
Y a los paisanos yo os digo que miréis bien cuando caminéis por la carretera, en el punto Cabra, en el punto Baena o en el punto Montilla, y si véis un leve resplandor, una suave neblina o sentís como un suspiro enroscado en la raicilla de una flor o en el sarmiento, seguid sin parar vuestro camino, no la molestéis ni espantéis, que la "emoción" es tímida y no requiere aspavientos ni requiebros.
Dejadla cumplir con su cometido que no es otro que seducir y enamorar al no nacido en Nueva Carteya, como una dama altiva y hermosa... por los tiempos de los tiempos.
Y creedme, sé que esta leyenda es verdad porque yo la acabo de crear.
María del Carmen Polo
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