domingo, 15 de julio de 2007

Impresiones

Pintura de Modesto Urgell Inglada




Pienso que si me preguntaran qué era lo que más me gustaba cuando era pequeña y viajaba a Nueva Carteya para visitar a mis abuelos, contestaría, sin dudar ni un momento, que me encantaba, al despertarme, sentir el canto de los gallos y oír el tañido de las campanas de la iglesia. Era una dicha tan grande, tan hermosa, que no se puede expresar con palabras.

Yo era niña y no sabía definir los sentimientos que afloraban en mí cuando aquello sucedía. Hoy, que soy adulta, sé que aquello era simple y pura felicidad. La más pura de todas. Sentir a los gallos era, para mí, saber que estaba en el campo, cerca de las eras, de los olivos, de las viñas...

Era tener la certidumbre de que iría con el chache Frasquito al depósito, al llegar la tarde-noche, para cortar el agua, y aquel lugar que albergaba al depósito, situado en lo más alto del pueblo, era maravilloso, estaba encantado, porque estaba florecido de violetas. Se dominaba todo el pueblo desde aquella altura y yo, en mi gran pequeñez, me sentía la diosa del Crepúsculo.

Era, también, saborear de antemano el pan con aceite y azúcar para merendar; y dar por sentado que cogeríamos higos de los huertos, uvas de las cepas y garbanzos verdes directamente de la mata o que iríamos al cine de verano, con su olor a rosas y jazmines invadiendo mi olfato mientras mi corazón galopaba al unísono con los indios que tomaban al asalto el fuerte y los buenos se batían desesperadamente hasta que el Séptimo de Caballería hacía su aparición en aquel secarral donde sólo vivían lagartos y serpientes.

Era pasear con las amigas -sobre todo con mi amiga Charo, la que vivía en la calle San Juan, frente a la casa de mi abuela, y las demás chicas, de las que recuerdo muy poco- y decirnos secretitos al oído mientras tonteábamos con los chicos de las calles vecinas...

Era, en fin, tener por seguro que el pueblo entero se convertía en nuestro campo de juegos, nuestro propio fuerte, nuestro teatro particular.

Nueva Carteya era mágica para mí, que iba de vacaciones cada año para reencontrarme con un pequeño gran mundo al que yo amaba y al que me sentía profundamente unida, aunque no viviera allí.


María del Carmen Polo

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P.S. He dejado en este blog de Nueva Carteya dos entradas y pienso dejar algunas más, con el permiso de Francisco Julio, creador y supervisor de este lugar.

Pero echo en falta que otras personas entren y dejen sus escritos. Quisiera animar, pues, desde este espacio que Francisco ha tenido a bien facilitar para que los carteyanos puedan expresarse, a compartir, al igual que hago yo, sus recuerdos o su actualidad, relacionada con este pueblo. Yo no vivo en Carteya, es cierto, pero he pasado muchas temporadas allí, sobre todo en mi infancia y adolescencia, por eso está muy unida a mi vida y por eso me gusta escribir sobre todo aquello.

No sé si este portal lo lee mucha gente o poca, si les gusta escribir o no, pero a mí me encantaría conocer sus vivencias a través de este blog.

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