jueves, 12 de julio de 2007

Nueva Carteya

Pintura de Rafael Romero Barros



Este poema lo escribí pensando en la casa de mi abuela y en Nueva Carteya.



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Gallos que cantan al alba.
Uvas negras que cuelgan
de la vieja parra.
En el patio una morera
de verdes moras amargas.
Tiestos de hierbabuena
por doquier y, puestas,
en la pared, macetas
con jazmines y violetas.

Geranios rojos en flor
que se riegan con amor
cuando se apaga el calor
y la tarde ya refresca.
Alrededor de la puerta
madreselvas, campanillas,
algunas rosas silvestres
y la malva buganvilla.

En el cielo brilla el sol.
Dando vueltas en la era,
mulas torpes y cansinas,
se mueven en el sopor
de un día que ya declina.
De oro parece el grano
que entre la paja quedó
al finalizar la trilla,
en la tarde de verano.
Los campesinos, cansados,
descansan en la arboleda.
Callan, mudos, los arados.
El tiempo quieto se queda.

En el horizonte claro
rubios campos de trigales
se ondulan como los mares
desgranando su canción.
Alguien canta en un rincón,
con un sentir desgarrado.
Alma que sufre y que llora
y su canto, desolado,
suena como la oración
que se reza en las alcobas
al encenderse la aurora.

Palmeras en suave danza.
Aguas que fluyen mansas
por cauces deshilachados.
El aire huele a azahares.
Barro rojo en los tejares.
Y en lo alto de la loma,
casa blanca, cual paloma,
rodeada de olivares.

Ya llegó la anochecida.
Ya la calina se aleja.
La niña, triste, suspira,
asomándose a la reja
de una ventana florida.
Con su carita de grana
y el pecho lleno de anhelo
corta florecitas blancas
del frondoso jazminero
y las coloca, despacio,
entre su mata de pelo.

Espera la niña en calma,
como siempre lo ha esperado,
que vuelva a rondar la casa
su galán enamorado.

El cielo luce inflamado
con mil luceros de cobre.

La luna lava su cara
y aparece tras los montes.

Un rasgueo de guitarras
hace estremecer la noche.


Mª del Carmen Polo Soler

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