lunes, 16 de julio de 2007

El Chache Frasquito


Un día, buscando fotos sobre la Semana Santa carteyana encontré una foto que no esperaba y de la cual no sabía su existencia. Fotos antiguas hay muchas, por supuesto, pero esta es distinta porque en ella aparece mi chache Frasquito, tío de mi padre y hermano de mi abuela.

Tengo hermosos recuerdos de aquel hombre, ligados al agua y a las violetas.
Subíamos con paso ligero hacia el depósito y mientras mi tío abuelo abría puertecillas y manejaba ruedas metálicas, yo cortaba flores y confeccionaba un ramo que al regreso le entregaría a mi abuela o a mi tía.

A veces mi vista iba más allá de las violetas, que crecían salvajes alrededor del depósito, y se posaba en los montes vecinos. Yo giraba sobre mí misma redescubriendo el paisaje. Hileras de olivos verde oscuro como telón de fondo. Mirase donde mirase, los olivos parecían acogerme, saludarme.

Después mi vista se dirigía hacia el pueblo, tan blanco, derramándose monte abajo. Veía las calles empinadas, de escalones, y la iglesia, elevando su campanario hacia el cielo. También la gente, como hormiguitas, afanándose aquí y allá. Toda aquella estampa era paz y tranquilidad.

El chache Frasquito murió hace años y mi infancia quedó atrás, enredada entre los naranjos y los jazmines, pero en mi imaginación aún vuelvo a cortar, como era mi costumbre, violetas y flores, para la abuela. Y siento el calor a través de la tela del vestido, como éste se pegaba a mi piel y cómo las palmas de mis manos se humedecían. Incluso puedo sentir el canto de las chicharras y percibir el aire diáfano que llevaba hasta mí los ladridos de los perros, los cantos de los gallos y las voces de los trabajadores en el campo.

Por eso, al ver esta foto, he vuelto a recordar aquellas tardes de verano de mi niñez. Tardes maravillosas, corriendo por las calles, llegando hasta las eras y sintiéndonos siempre libres, igual que pajarillos.

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