viernes, 20 de julio de 2007

La Calle San Juan

Pintura de Jesús Valle Julián



Mi abuelo Miguel tenía un burro. Le recuerdo bien. A él y al burro. Cuando llegaba del campo, sudoroso, cansado, le daba un beso -al abuelo, no al burro- y antes de que metiera al animal en el patio, yo pasaba mis manos por sus orejas que se estremecían con el contacto de mis dedos.

Una de las veces que volví al pueblo, el burro ya no formaba parte de la familia. Desapareció, igual que desapareció la morera que crecía al fondo del patio.

El abuelo Miguel murió cuando yo acababa de cumplir 16 años. Lo sé bien porque entonces yo vivía en Coca, en la provincia de Segovia, y el 15 de agosto era la fiesta del pueblo. Todo un año esperando para las fiestas y... mi abuelo murió pocos días antes. No tuve fiestas. Me pareció totalmente injusto. Injusto porque yo no quería que muriese. Injusto porque me impidió divertirme en unas fiestas en la que llevaba soñando meses enteros. Me moría de envidia de ver a mis amigas, arregladas, para irse al baile, a pasear, a los toros... Yo me tuve que quedar en casa.

Pero aunque el recuerdo que guardo del abuelo Miguel es lejano, le recuerdo en el bar, junto a mi padre y mi tío Feliciano; o cuando me llamó para alejarme de la casa, porque mi madre iba a dar a luz a mi hermana.

Porque Juan y Loli nacieron en la calle San Juan, en la casa de los abuelos, en el piso de arriba, donde estaban los arcones en los que mi tía Eladia guardaba la ropa bordada de casa. Del nacimiento de mi hermano, en invierno, no recuerdo nada. Yo era muy pequeña. Pero sí recuerdo que cuando iba a nacer mi hermana, en julio, el día 23 -el lunes próximo es su cumpleaños- mi abuelo me llamó para que me fuera con Frasquita la Castreña, que había ido a buscarme. Ella me llevó a su casa y me dio torreznos. Estaban riquísimos. No recuerdo gran cosa más, sólo eso, y que debí estar con ella muchas horas, casi todo el día, posiblemente.

Después del nacimiento, las vecinas visitaban a la parturienta y le llevaban chocolate, latas de melocotón y cosas parecidas. Supongo que para que recuperara fuerzas. Era la costumbre que, imagino, ya se habrá perdido.

En aquella casa, pues, nacieron Juan y Lola. Yo no. Yo nací en Almería, porque allí, en esa provincia, estaba destinado mi padre y mi madre prefirió quedarse en Almería para tenerme. Es por eso que muchas veces he pensado que mis hermanos sí tenían un pueblo al que volver. Ellos habían nacido allí, en Carteya, y allí estaba la familia. Yo no. Yo estaba huérfana de pueblo -no de familia, obviamente-, aunque luego he pensado que no era cierto, porque me los apropié todos. Todos los pueblos. Y han sido muchos en los que he vivido.

Frente a la casa de los abuelos vivía mi amiga Charo. Sé que había otra muchacha, Francisca, que vivía un poco más abajo, en la misma calle. De Charo guardo un leve recuerdo porque la vi, años después, en Córdoba. Ella estaba casada y tenía niños. Su marido se llamaba Benito. De Francisca no recuerdo nada. También estaba Dolores la Espejeña. Ella vive en la calle de mis padres, ahora. La he saludado en alguna ocasión, pero ya hace tiempo que no hablo con ella. Eran mis amigas y yo me lo pasaba estupendamente, yendo y viniendo por el paseo, bajo las palmeras, tonteando, riendo, bromeando, con ellas, y con los chicos, Francisco, José... Como cualquier adolescente.

La calle San Juan, tiempo ha una calle de piedras, ha sido testigo de mis juegos y de mi felicidad de niña y de adolescente. Y cada vez que vuelvo es como si pudiera echar el tiempo hacia atrás y pudiera llamar de nuevo a la puerta de Charo para decirle, hola, ya estoy aquí, ¿a qué hora nos vamos al paseo?


María del Carmen Polo

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