martes, 16 de octubre de 2007

Los Caminos

Caminar, caminar sin pausa, era lo que yo hacía –lo que me gusta hacer- cuando llegaba de nuevo al pueblo. Por las mañanas, antes de que el sol recalentara el aire, yo partía a recorrer caminos. Los trillados y los nuevos. Trillados por recordarlos. Nuevos por haberse abierto en mi ausencia, siendo ahora lugar de paso donde antes reinaban las zarzas, lo matorrales y las flores silvestres. Y cada senda, nueva o vieja, era una arteria que me conducía hacia lo desconocido, porque extraño, tras los meses de ausencia, era lo que transitaban mis pies, aunque la vía viniera de antiguo.




Los caminos llevan en su corazón el gozo vibrante de la aventura. Nos marcan direcciones, a veces para llegar lejos, muy lejos, más allá de las sierras, de las montañas; otras, para desembocar, simplemente, en la placidez de un portalón que se adormece bajo la parra en el sopor del mediodía. Mis caminos siempre han estado sembrados de suavidad y de misterio, no importaba hasta dónde me condujeran.

Las veredas que más me gustaban, en Carteya, tenían la sombra de la higuera y el perfume de la blanca flor del olivo. Y en Segovia, el regusto acre de la resina y el crujir de las agujas de los pinos.

Hojas de higuera, grandes, ásperas, de un verde intenso. Hojas que al cortarlas dejaban en mi mano el rastro lechoso de su sangre vencida. Y en mi boca el placer de la carne crujiente del higo, de la breva, aderezados con toda la dulzura de la miel.



Hojas del olivo, estrechas, plateadas, agudas. Pequeñas flechas, perfectas, si arco ni diana.

Hojas de los pinos, agujas verdes, marrones, que herían los dedos y se introducían en las sandalias, en los largos paseos del estío.




Junto a la higuera, el olivo, el pino, las cunetas vestidas con sus mejores galas veraniegas agradeciendo a la tierra su fecundidad y devolviendo su gratitud en un estallido de colores. Y una, relajada, soñadora, vagabundeaba, durante las horas matinales, ajustando el paso a la ruta, una ruta siempre dinámica, alegre, fresca. Absorbiendo la calidez y la fuerza de cada piedra, la desmayada languidez de la hondonada, el aletear de los abejorros juguetones, el revuelo de la tórtola corredora o de alguna perdiz despistada. La vista se recreaba, igualmente, en los gorriones que picoteaban pequeños granos, mientras las palomas se adueñaban de un cielo pintado de azul intenso. Lagartos y lagartijas, recibiendo su porción de sol, sesteaban entre los matojos, en las hendiduras de los pedruscos, expandiéndose por el aire el eco cristalino del canto de los gallos o el ladrido de los perros.




En las tardes, el sendero cambiaba de tonalidad y se volvía perezoso, lento, sofocante. Los cardos, zarzamoras, amapolas, margaritas blancas y amarillas, se contaban historias, ajenas a mi presencia y mis pisadas. Relatos de gentes de paso, de hombres y mujeres de vidas entregadas, de días de nieve y de riachuelos desbordados, de vida y de muerte, de huellas indelebles a pesar del tiempo transcurrido. Y yo caminando sin prisa sobre el terreno polvoriento que otros han pisado desde tiempos inmemoriales, sintiendo aún el canto de las cigarras, el rumor del pueblo en la lejanía. Y el tañido de las campanas, llamando a la oración, diciéndonos que el día tocaba a su fin. Tiempo de descanso donde las dueñas son las estrellas y los sueños de los hombres.

Senderos, caminos, veredas… Vías que me llevaban, cruzando puentes, hasta los pinares, o partiendo de la carretera, hasta las higueras y los olivos… Travesías perennes por donde transita el alma que necesita de la paz y del canto de la naturaleza. Y, de vez en cuando, si alguien se cruza en nuestro camino, quizá otro ser ávido de silencio, se impone el saludo, el adiós, el buenos días o buenas tardes, como si sólo existieran ellos en el mundo. Porque en esos instantes, lejos del pueblo, no existe nadie más, sólo uno, el otro, y los campos que nos nutren, nos protegen, nos envuelven.

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1 comentarios:

A las 6 de enero de 2008, 19:57 , Blogger angela ha dicho...

He vuelto de la calle y después de saborear un tazón de chocolate con el tradicional roscón de reyes y, en familia...he vuelto para seguir leyendo tus relatos...¡Me encantan..!Me siento muy identificada con ellos ...por el sentimiento que pones ... el paisaje no es mismo porque yo soy del norte...pero no importa...también he crecido, jugado y vivido en un pueblo...aunque ahora sólo veraneo en él...y te aseguro que tengo mis lugares preferidos...por los que me pierdo... ver atardecer...Por fa, mi e-mail es amartal38@yahoo.es
y así podremos seguir hablando de lo mucho que nos une...UN ABRAZO

 

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