jueves, 26 de julio de 2007

Olivares de Carteya

Pintura de Francisco Llorens


Cómo no sentir amor hacia el olivo bienaventurado que guarda en el corazón de su madera todo el sol que se derrama en oleadas por cerros y cañadas.

Cómo no rogar para que permanezca sobre la tierra, fiel representante del tiempo y del sudor del hombre.

Tus raíces, olivo, recias y fecundas, proclaman el pasado y nos transmiten el presente en forma de jugoso fruto.

La risa del viento y el canto de los gorriones adorna tus ramas y las venera.

Olivo, árbol sagrado que, orgulloso, desafías el paso de los siglos, que guardas en tus hojas el frescor de la lluvia, el verde del amanecer y el aroma de la vida que te rodea.

Olivares de Carteya, tantas veces transitados, testigos de ensueños y desvaríos, qué bien sabéis transformar ese néctar de los dioses en torrentes de suave y dorado líquido...


Si subo al monte temprano
y el aire está transparente,
cortaré ramas de olivo,
ramitas de olivo verde,
para guardar en tus manos,
y que siempre estén contigo.
Dicen que trae buena suerte.
Es el decir de la gente.
Yo ni digo, ni desdigo.

Cortaré las verdes ramas,
temprano, al amanecer,
de un olivo florecido,
para que nunca ya olvides
los sueños que yo respiro.
Para que a mi lado estés
aunque no hagas mi camino.

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